Trabajar por tu cuenta es el sueño de muchos. Tiene muchas cosas buenas, como poder decidir el horario que mejor se ajusta a tu vida y tus necesidades, y la posibilidad de cambiarlo para adaptarte a éstas. O (algo muy importante para mi), poder escoger las herramientas con las que te sientes más productivo, o que te gustan más. Así, no tengo que usar un PC polvoriento con XP, o un teléfono del Pleistoceno (eso sí, corporativo). Puedo invertir mi dinero en el equipamiento que, dentro de mis posibilidades, más feliz me haga.
Pero también tiene sus cosas no tan buenas. Toda la responsabilidad es tuya. Si te equivocas en algo, o la pifias, no hay excusas. No hay equipo del proyecto en el que envolverse. Ni un jefe que te cubra las espaldas (sí, por increíble que parezca, yo creo en los jefes que dan la cara por sus equipos; incluso cuando me ha tocado ser jefe me he llevado yo las tortas antes que mi gente, pero eso es otra historia). Cuando trabajas por cuenta ajena no hay que pensar tanto: tienes que ejecutar el trabajo que te mandan. Y tienes la seguridad de un sueldo a final de mes. Por cierto, si sientes que tu trabajo no es seguro, que ganas poco y tienes muchas responsabilidades, igual deberías plantearte montarte algo por tu cuenta…
Bueno, al grano, que me pierdo. Una de las cosas en las que hay poco que pensar si eres trabajador por cuenta ajena es el horario: normalmente tienes que tragar con el que te propone tu empresa. Pero si trabajas por tu cuenta y en casa, esto del horario no es tan sencillo. Para empezar la familia tiende a pensar que, como estás en casa, puedes hacer a la vez las labores domésticas. Es decir, que como estás en casa, no estás trabajando. Y si tienes niños, la cosa se pone peor: hay que levantarlos, vestirlos, ponerles el desayuno, llevarlos al colegio, etc. Y claro, quieres hacer algo de deporte, lo justo para mantener la barriga dentro de unos límites razonables. Y hay que mantener la casa. Y trabajar.
Así que lo primero es dejarte llevar y mimetizarte con un horario de 9 a 5, 8 h como el resto de los mortales. Hasta que ves que no empiezas a las 9, sino a las 9:30. Y que te cansas, porque 5 h seguidas pensando, aunque hagas descansos, es mucho tiempo. Y que te interrumpen con llamadas al principio de la jornada, cuando estás más fresco. Y que al final del día no tienes ganas de hacer deporte, no tienes energía para nada y no te sientes bien, porque no has cumplido con todo lo que esperabas. Y no eres feliz.
Empecé a hacer pruebas y, en mi caso, he llegado a varias conclusiones:
- no son necesarias 8h de trabajo al día para rendir como 8h. 8h de oficina incluyen las charlas con nos compañeros, las paradas en la máquina del café, los correos con chistes de los amigotes, las interrupciones constantes, las reuniones… Cuando sólo estad tú, este panorama cambia de manera radical.
- en la oficina el horario es contínuo, que no la concentración ni la creatividad. Por eso vienen las visitas a las máquinas de café. Hacer bloques monolíticos de esfuerzo mental seguido no funciona. Hay que parar de vez en cuando.
- el móvil, pese a lo que muchos piensan, es perfectamente capaz de informarte de las llamadas perdidas. Por eso, no te obsesiones en tenerlo siempre preparado para descolgar. Cuando hay que trabajar, lo mejor es quitarle el sonido y ponerlo boca abajo. Ya luego devolverás las llamadas cuando te venga bien a ti.
- tú eres tu peor enemigo. Tú te distraes. Tú tienes que motivarte. Tú te organizas. De nuevo, el peso de la responsabilidad total. Hay que metalizarse.
La rutina
Evidentemente no puedo seguirla todas las semanas. Las semanas que tengo curso, todo se rige por el horario del curso. Pero las que estoy en casa intento seguir este horario:
- me levanto temprano. A las 5:30 o las 6:00. Y me siento en el salón, con el portátil, que he dejado allí la noche anterior. He apuntado las tareas que quiero hacer, y a esa hora sólo programo. Ni correo, ni planificar, ni nada. Programar hasta las 07:30, que es cuando se empieza a despertar la casa.
- de 07:30 a 9:00, dedico el tiempo a estar con mi familia. Mi mujer se va a su trabajo y así tengo tiempo de hablar algo con ella justo antes de salir. Voy a comprar el pan. Despierto a los niños (si no están levantados ya) y preparamos el desayuno. Se visten, los peino, preparo su bocadillo (o lo que toque) de media mañana. Les llevo al colegio. A las 9:05 suelo estar en casa. Me preparo algo para mantenerme hidratado (un té, manzanilla, lo que sea) y subo a mi oficina.
- aquí empiezo el segundo bloque de trabajo. Leo el correo (a las 9:30, luego a las 12:30 y por la tarde a las 16:30). He configurado unas alarmas en un calendario llamado Hábitos. En este segundo bloque hay menos programación y más de otras cosas: preparar presupuestos, responder al correo, a los mensajes de LinkedIn, resolver alguna tarea que requiera de Internet (como mirar el banco, etc.). A las 13:00 paro (en días alternos) y, si puedo, me voy a correr media hora. Luego me ducho y voy a por los niños al colegio. Si no voy a correr, simplemente hago una pausa y sigo hasta las dos menos diez.
- como en casa de mi suegra. Así los abuelos están con los niños y todos comemos comida de verdad. A las 15:00 estamos de vuelta en casa. Ventajas de vivir en un pueblo pequeño: los desplazamientos son instantáneos.
- me acuesto la siesta. Me he levantado temprano y ya he trabajado, como mínimo, 4h y media. Es una siesta de verdad, de 40 min al menos. Cuando me levanto, me siento muy bien: he descansado y me he dado un pequeño lujo. Me preparo un café y encaro el último bloque de trabajo del día.
- que suele ser de 16:30 a 18:30. A esa hora corto, y me pongo con otras cosas. Mi blog, jugar con el ordenador, hacer los deberes con los niños, recoger la casa, reparar algo… Lo que toque.
- me acuesto temprano (antes de las 23:00). La clave para empezar bien el siguiente día es dejar el ordenador y las tareas preparadas ahora.
Como puedes ver, esta rutina no es la mejor para todo el mundo. Es la que mejor me funciona a mi, en este momento de mi vida. Probablemente cuando mis hijos tengan 15 años cambiaré cosas, porque no tendré que peinarles y eso. Pero ahora mismo, es la que, al final del día, me deja mejor sabor de boca y una sensación más clara de aprovechar el día.