Mi nuevo ordenador es un iPad

Escribo esto en mi «poor man´s iPad Pro». Es un iPad normal, modelo 2018, color Space Gray. Eso sí, con 128 GB de almacenamiento interno, porque la nube no siempre está disponible. Prefiero controlar mi almacenamiento. Cosas de abuelete. Es un «iPad Pro para pobres» porque me he comprado el Apple Pencil (1ª generación, que es el que soporta este iPad), y un teclado/funda de Logitech. Y, la verdad, el combo me está encantando.

Mi nuevo iPad

En casa siempre hemos tenido un iPad. Desde el iPad 1 (que era oficialmente de mi mujer). Mi primer iPad fue un iPad 3, el primero con pantalla retina. Lo compré para leer libros y comics, entre otras cosas. Pero la verdad es que mi relación con el iPad siempre ha sido de indiferencia/aburrimiento total. No se por qué, pero no era capaz de encajarlo en mi flujo de trabajo habitual. Como muchos informáticos, veía la potencia del hardware del iPad desaprovechada por su software. ¿De qué me sirve tener un procesador y GPU tan potente, o esos resultados en benchmarks, si luego no puedo ejecutar un simple emulador o un entorno de desarrollo en el iPad? Así que siempre volvía al portátil, que para eso tiene teclado y es un ordenador de verdad. El iPad, para que los niños jueguen al Minecraft.

A todo esto siempre han ayudado dos cosas. La primera, que soy un abuelete y prefiero un ordenador en el que pueda trastear por encima de todas las cosas. La segunda, que cuando antes trabajaba usaba mi portátil, por supuesto siempre sincronizado con mi Hackintosh y mi iMac usando Syncthing, Al tener en el ordenador las cosas de trabajo y mis cosas personales mezcladas, era sencillo echarle un ojo al correo o mirar esto o aquello en un momento. La frontera entre trabajo y usar mi ordenador para cosas personales era complicada. Siempre estaba usando el ordenador. Para algo.

Pero todo esto ha cambiado en 2018. El iMac está fuera de servicio actualmente (tarjeta gráfica kaput). Empecé a trabajar en Teamwork.com (la mejor compañía del mundo, en la que estoy súper contento, por cierto, buscamos gente) y me dieron un MBP para el trabajo. Decidí tener completamente separadas las cosas de trabajo y las personales. No instalar en el portátil de trabajo nada que no fuese de trabajo. Por aquello de separar mentalmente los contextos, algo importante si, como yo, trabajas desde casa. Ahora, abrir el portátil de Teamwork significa «cerebro, vamos a trabajar». cerrarlo significa «esto se acabó, ahora tus cosas». Pero la realidad es que mis cosas no han funcionado este año.

Sólo el hecho de tener que ir a por el otro portátil, que a veces esté sin batería, subir una mochila, bajar otra… Me daba una pereza infinita. Y cuando me sentaba frente al Hackintosh lo único que me apetecía era arrancarlo en Windows 10 y jugar. Así que ya no tengo Hackintosh. Resultado: he dejado de escribir en el blog, he reducido mi presencia en redes sociales, no voy a meetups y tengo ahora mismo 178 correos sin leer, mis tareas personales, antes organizadas en Things son ahora un desastre… Incluso importar fotos, organizar mi música se ha convertido en un problema. Todo, porque hay que ir a por el ordenador. El ordenador me impide hacer cosas.

Así que me he comprado este iPad. Le tenía ganas al Pencil. Siempre me ha gustado dibujar, pero volvemos a lo mismo: ir a por los lápices, libreta, etc. me suponía una barrera. Y también me frenaba mucho una estupidez mental muy mía: dibujar mal y ¡oh, no!, no poder corregirlo, emborronar el papel… Esto es una tontería, porque lo que yo busco dibujando (como cuando escribo) no es tanto el resultado, sino el placer que me reporta tener el cerebro haciendo sólo una cosa durante un rato. Siempre te gusta dibujar algo bonito, pero lo importante es la práctica, no el resultado (al menos para mí). Obligar al cerebro a hacer sólo una cosa y que el tiempo vuele es el descanso definitivo. Se ve que esto se me había olvidado. El caso es que no dibujaba.

Con el teclado puedo escribir sin limitaciones. Me gustan los teclados físicos, qué le vamos a hacer. Y con este iPad puedo abrirlo y en segundos estar escribiendo en mi WordPress. Fricción cero. Espero que eso se traduzca en volver a escribir.

Así que ahora mismo mi ordenador principal para mis cosas privadas es este iPad. Quiero forzarme a que así lo sea. Aunque tenga problemas y me encuentre con ciertas estrecheces al usarlo. Limitaciones casi siempre debidas al software, bien por la calidad de las apps o por las limitaciones que Apple nos impone. Ya, problemas del primer mundo. Pero para bien o para mal son mis problemas.

Quiero ver si, aún con estas limitaciones, la inmediatez de uso, la menor fricción y la disponibilidad que me da el iPad me ayudan a hacer cosas. Y me quite la manía de tengo que hacer cosas en un ordenador de verdad. De momento, la sensación de liberación es enorme: puedo hacer casi todo lo que hacía con el portátil, excepto programar (ya se, puedo usar Playgrounds o Pythonista, pero para programar sí o sí quiero una consola a mano). Y para programar me estoy planteando una serie de herramientas y workflows que darán para unos cuantos posts. Y puedo hacer otras muchas cosas que en el ordenador no podía hacer o no me apetecía hacer.

Quién me lo iba a decir…

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Una mañana de trabajo cualquiera

Me paro un momento y miro en lo que estaba trabajando, y los programas que tengo abiertos ahora mismo, y no puedo evitar pensar que soy lo más alejado del minimalismo. Al menos en lo que se refiere al ordenador. Era minimalista cuando no tenía dinero más que para mi querido Amstrad CPC 464 con el monitor fósforo verde, con su unidad de casetes. El único periférico que tenía era un Joystick. Y a usarlo. Pero veía en las películas a gente en países lejanos y extraños, en salas llenas de ordenadores.

Como el programador de Parque Jurásico (que, por supuesto, además de ser el malo, cobarde y torpe, estaba mal pagado y era gordo y feo). Por cierto, si veis de nuevo JP os llamarán la atención dos cosas: una, que están programando fumando, algo impensable en cualquier entorno de hoy en día. La otra, que el sistema de «bug tracking» que usan es una libreta donde van anotando los errores 🙂

Volviendo al tema que me traía aquí, en esta mañana he comenzado programando en C, en el IDE Eclipse corriendo sobre Windows 7. Ese Windows 7 está instalado en mi MBP. Por si fuera poco frikismo, he usado el escritorio remoto de Windows para programar esos ejemplos en una ventana del iMac de 27″, que para eso tengo una pantalla grande. Mientras programaba iba actualizando la presentación de Keynote que acompaña al curso, en el iMac. Sonaba la música desde iTunes, donde estaba restaurando mi iPhone 3Gs con una copia de seguridad de ayer: mis niños han borrado algunas fotos en un descuido.

He terminado con C y me he pasado a WordPress. Arrancando una máquina virtual VMWare de Bitnami, que ya tiene un entorno WP completo sobre Linux, me he dedicado a crear un nuevo sitio para migrar una vieja web que hice hace ya la tira en Typo3. Es decir, instala plugins, widgets, temas, escribe posts, importa información, etc.

Ahora toca pensar en el próximo curso de Java EE que tengo que impartir a finales de mes. Java, Servlets, EJBs, JBoss, Eclipse de nuevo (aunque ahora en su «sabor» Java). Tendré que ojear un libro, que tengo en formato CHM (formato típico de Windows en otra época). Y luego, un poco de Objective C para comenzar un proyecto iPad que me han encargado. Tengo cosas que leer de UML…

Es por este desbarajuste de trabajo que tengo, con tantas tecnologías, frameworks, lenguajes, herramientas y entornos distintos por lo que amo a mis dos Macs. Necesito ser anti-minimalista, ya que si lo fuera no podría hacer la mitad de las cosas que hago. Esta es la razón de haber ampliado mi iMac a 12 GB de RAM. Aún así, procuro no instalar nada si ya tengo una aplicación que hace más o menos lo mismo, que si no acabas con un montón de aplicaciones similares que no acabas de dominar en profundidad.

Bueno, sigo, que quiero ir terminando. Que no hace mucho me comentaron que a lo mejor tengo que aprender CLIPS… 🙂

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Portabilidad a Simyo

Hace un par de días que estoy con mi número principal en Simyo. He abandonado Movistar de nuevo (lo dejé hace un montón de años para irme a Orange y luego volví). Mi estancia en MS, y los 18 meses que he mantenido el contrato han tenido una buena razón: el iPhone 3Gs de 32 GB que hoy en día sigue siendo mi teléfono principal. Cuando me planteé actualizarme desde mi iPhone 3G, comprado libre en Bruselas, miré las ofertas y si hacía portabilidad desde Orange a Movistar con la tarifa de 25 Eur de datos me quedaba el 3Gs por 49 Eur. En esa época mi consumo de datos era alto, así que me venía muy bien el trato.

Pero las cosas cambian con el tiempo. Dejé Isotrol (de nuevo, por segunda vez) y me quedé en casa haciendo mis Apps para iPhone y preparando mis cursos. Y claro, en casa hay WiFi. Encima donde vivo Movistar no tiene cobertura 3G. Ni buena ni mala: no hay. Resultado: estaba pagando por un tráfico de datos que no consumía.

Cuando se ha cumplido la permanencia, he llamado a Movistar para liberar el 3Gs por IMEI. Sólo me ha costado un par de llamadas. Lo probé con una SIM de Simyo, que tenía para ir probando el servicio y como segunda línea por si las moscas, y todo funcionaba perfectamente. Estaba listo para el salto.

He escogido la tarifa del 3 de Simyo. No hay permanencia. Pagas cada mes 8 Eur. + IVA y tienes 500 MB de datos. Y, por supuesto, pagas lo que hables, a 3 céntimos de Eur. el minuto + establecimiento de llamada. Los SMS son baratos (aunque ya los uso muy poco, pero siempre es mejor que sean baratos, ¿no?). No he pasado un mes completo con Simyo, así que ya veremos como son las facturas. Bueno, si me he equivocado siempre puedo cambiarme a otra.

La portabilidad ha tenido algún que otro bache. Tras solicitarla, me llegó una carta de Simyo con la SIM. Hasta aquí sin problemas. Me llamaron de Movistar para que no abandonase el redil, pero les dije que eso de «mucho te quiero perrito, pero pan poquito» no iba ya conmigo. Si tan buen cliente soy, dame un iPhone 4 gratis y mejores tarifas. ¿Que pido mucho? Vale, pues me voy.

Superada la llamada de MS estuve esperando el SMS que según Simyo me mandarían para indicarme que esa noche se realizaría la portabilidad. El SMS no llegaba. Estaba temiendo que comenzaría el nuevo mes sin estar «portado» cuando me di cuenta la otra mañana que no tenía cobertura en el móvil. Así que pensé «¿a que me han portado y no me lo han comunicado?». Cambié la SIM y… voilá. Teléfono funcionando. Pequeño fallo de comunicación, pero bueno. En teoría me debía llegar la configuración de los datos del iPhone por SMS. Tampoco me llegó. Llamé al soporte técnico de Simyo (antes de ver que la configuración estaba descrita en sus FAQs) y conseguí hacer que el iPhone mandase correos, tras introducir los nuevos parámetros y sincronizar con iTunes (esto último no me lo indicaron).

¿Resultado final? Tengo más cobertura 3G con Simyo que con Movistar. Y telefónica. Todo funciona bien y la web de Simyo está a años luz de la de Movistar, que es de lo más complicado y anti-cliente que he visto. Encima, tras quejarme en twitter, me han «pasado la mano por el lomo» los de @Simyo_es. Da gusto.

P.D.: puse un ticket en la web de Simyo preguntando por la activación de los datos. Me han respondido ahora, aunque se supone que ya me resolvieron el problema por teléfono. Detecto descoordinación entre el Call Center y su soporte de primer nivel. Encima el correo viene del dominio kpn.es, que es la propietaria de Simyo y no de Simyo.es, que es lo que esperaría cualquiera. Señores, contraten una consultoría ITIL ASAP. A mi, si es posible. Facturo tan caro como necesiten 🙂

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ClockRing y la Hermenéutica de las Apple Review Guidelines

ClockRing rechazada :-)

ClockRing rechazada 🙂

ClockRing ha sido rechazada. No se por qué, pero me lo olía. Bueno, realmente no ha sido rechazada. Me explico. La App es correcta, pero no la pueden subir al App Store porque los materiales de márketing (los textos, imágenes, iconos, etc. que aparecen luego en iTunes) no pasan el filtro. Me esperaba algún problema con la licencia, que es GPL, pero como eso no aparece de entrada, no hay bronca (el problema lo tienen aplicaciones que, nada más abrirlas, te informan de su licencia y otras historias).

El correo que he recibido del equipo de revisión me parece perfecto, en serio. Muy educado, te dan las gracias por enviar Apps al App Store y te explican exactamente cual es el problema (en mi caso una de las capturas de pantalla que había enviado) y cómo solucionarlo. Acabo de crear una nueva captura y la he enviado ya para que me la revisen, a ver si ahora todo funciona OK. No entiendo los programadores que se quejan todo el rato del proceso de revisión. Yo hasta ahora he tenido dos problemas, y en ambos casos me han indicado qué pasaba y cómo arreglarlo. Y todo como la seda, oiga.

Lo que me hace gracia es la razón exacta del rechazo:

3.2   Apps with placeholder text will be rejected

Bueno, mi captura de pantalla inicial lo que mostraba era un anuncio vacío (un iAd sin nada, ya que estaba probando la App). Y yo tenía que interpretar que un texto de relleno (placeholder text) es lo mismo que un iAd sin anuncios. Es por eso que habría que crear una hermenéutica de las reglas de Apple, de forma que mentes ilustradas nos expliquen a los más torpes exactamente qué puedes y qué no puedes hacer 🙂

En resumen, que si mandas esto, te rechazan:

Captura de ClockRing App que NO cumple las reglas :-)

Captura de ClockRing App que NO cumple las reglas 🙂

Pero si mandas esto otro, todo es perfecto:

Esta es la buena

Esta es la buena

Nunca me había alegrado tanto de tener mi licencia de Pixelmator. Problema solucionado en 5 min. Bueno, eso si te acuerdas de cambiar las imágenes promocionales en todas las App Stores. Si no, te mandan otro amable correo rebosante de paciencia pidiéndote que cambies los screenshots de la App española 🙂

Por cierto, ClockRing ya está disponible en el App Store. Y su código fuente está aquí.

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Los dos tipos de negocio de desarrollo de software

a dilemma (Julia Manzerova)

Muchos informáticos están amargados. La mayoría. Tienen un mal equipamiento, no se les reconoce el montón de horas que trabajan, continuamente deben estar aprendiendo cosas y tienen que solucionar problemas con tecnologías en las que no son expertos, porque llevan sólo unos meses con ellas y las propias tecnologías muchas veces no están consolidadas.

Eso, los que trabajan en una empresa cuyo negocio es vender líneas de código, ya sea en la forma de productos o de horas/hombre en casa de un cliente. Los que trabajan en una empresa cuyo negocio principal es otro y la informática es sólo una función de soporte son los que ya conocen el infierno. El dueño de la empresa tolera a esos informáticos que tiene que aguantar por allí y que gastan tanto dinero porque necesita que los ordenadores funcionen o que su web siga operativa. Pero si pudiera prescindir de ellos, lo haría.

Si hablamos de los primeros informáticos, los que trabajan en empresas de base tecnológica, veremos que están amargados en mayor porcentaje los que están en una empresa que vende servicios y no desarrolla productos. Son empresas que venden «Proyectos», con la P mayúscula, ejecutados mediante su «Metodología» (con la M mayúscula, también), que dicen aplicar los principios del PMI y que te obligan, o no, dependiendo de la moto que vendan, a ir vestido de traje de chaqueta a programar. Es imprescindible que mis compañeros comprendan los dos modelos de negocio y las decisiones económicas que hay detrás de cada uno, ya que si no se comprenden no se entienden las decisiones técnicas y operativas que toman «esos que mandan que no tienen ni idea», y que vienen motivadas por las primeras.

Hay dos tipos de empresas: las que venden servicios y las que venden productos. Y, por supuesto, en toda fase de una empresa que empieza se suele tener una mezcla de ambas. Cuando tuve mi empresa, Elelog, pasé por ambas fases. Yo era defensor de vender servicios, que es lo fácil, lo que sabía hacer. Ahora no quiero vender servicios ni en pintura. Bueno, salvo la formación, que me apasiona demasiado y es casi un vicio. Me pagan por hacer algo que me gusta mucho. Hablemos de las empresas que venden servicios.

Vendedores de carne

camel butcher, by Paul Keller

Básicamente, las empresas que mandan a sus trabajadores informáticos a solucionar los problemas del cliente, son ETTs con ínfulas. Vistan de traje de chaqueta o no, llamen a la venta de carne «Asistencia técnica», «desarrollo in-house», «atención personalizada en casa del cliente» o «porno-chacha a domicilio» este tipo de trabajo comparte unas características comunes:

  • el empleado pierde casi todo contacto con la empresa que le manda. De vez en cuando recibe una llamada de su jefe o le ve cuando visita al cliente (si es que se acuerda de su nombre y le saluda). Una vez al mes ve el nombre de su empresa en la nómina.
  • es el cliente el que decide el día a día de su trabajo. Su jefe «de verdad» es el Cliente, no su empresa. Es el que le explica el trabajo que debe hacer.
  • lo que ocasiona esto es un desarraigo de la empresa, una no-identificación con su empresa, ya que el informático se da cuenta de que su empresa actúa como un mediador, como un vendedor de esclavos. El cabreo aumenta el día que se da cuenta de que, cada mes, su empresa gana dinero «por no hacer nada», sólo por tenerlo allí.
  • un día uno de los mejores programadores que estaban con él trabajando en un proyecto para el Cliente se va a otra empresa. No le han aplicado una mísera subida de sueldo. «¿Cómo han podido dejar escapar a este crack?», se preguntan. Y ven que el más inútil sube de programador a analista. «¡No lo entiendo, debe ser un enchufado!, ¡esta empresa se va a pique, no tienen ni idea!». Pero los contratos siguen llegando. La explicación más normal: estos son unos enchufados y seguro que tienen un chanchullo, si no no se entiende cómo se han tragado a esos dos becarios nuevos que no tienen ni idea.
  • la formación que se les da va exclusivamente dirigida a ser más «productivos» en el proyecto en el que están ahora mismo trabajando. La sensación de «gallinita ponedora» aumenta. No hay carrera profesional. No preguntes, porque no hay respuesta.

A este panorama desolador se enfrentan todos los días excelentes programadores al ir a su puesto de trabajo. Se quejan tomando café, y no acaban de entender el porqué de las decisiones de sus jefes. Y están frustrados, porque suponen que hay una respuesta lógica, pero se les escapa. Piensan que si aprenden nuevos lenguajes de programación, o nuevos trucos para gestionar la base de datos Oracle, o formas de que ese servidor Tomcat no se quede sin memoria, serán mejor valorados dentro de su empresa. Y temporalmente puede que así sea, pero el esquema anterior se repite inexorablemente.

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Pues bien, la culpa es del modelo de negocio de venta de servicios, y el culpable último es el Cliente.

El Cliente, por ejemplo un Ayuntamiento, una gran empresa o una administración autonómica, tiene que arreglar una serie de problemas: su portal web debe mantenerse, hay que añadirle capacidades de firma digital, quiere mejorar sus servidores, lo que sea. Tiene una estructura de presupuestos fija y algún lumbreras ha decidido que a un programador se le paga, como mucho, a 50 €/h, a un analista a 60 €/h, y así.

Y ésta es la raíz de todos los males: no se puede pagar lo mismo a todos los programadores porque los programadores no son intercambiables. A ver si nos enteramos de que, en los trabajos mecánicos, en los que no hace falta creatividad, trabajos que se han convertido en commodities, los trabajadores son intercambiables. Respeto profundamente a las personas que recogen las bolsas de basura por las noches, es un trabajo muy duro y necesario. Pero si quito a uno cualquiera y pongo a un robot capaz de lanzar bolsas a un camión no se va a notar. Sin embargo, dos abogados no son intercambiables. Está claro que uno especializado en código penal es lo que quieres cuando te van a mandar a la cárcel por alguna trastada. No es intercambiable con uno especializado en divorcios. Lo mismo pasa con los médicos: todos sabemos que un buen médico es 100 veces más efectivo curando que otros de sus compañeros y le llamamos por su nombre: «me está tratando el Dr. Fulano». Igual sucede con arquitectos, o cocineros. No es lo mismo que te cocine Ferrán Adriá que Pepito el de los Palotes.

Pues con los informáticos, no hay manera, parece que somos intercambiables. Pero un buen programador, el que de verdad es bueno, ese al que sus compañeros admiran, probablemente será diez veces más productivo (y por tanto rentable) que el resto. Pero ¿va a valorarlo el cliente? No. El Cliente seguirá ofreciendo por sus horas 50 €, ni un céntimo más. Y así se crea la espiral marrón del trabajo informático subcontratado:

  • el Cliente establece de antemano el precio máximo que está dispuesto a pagar por cada hora de trabajo. Lanza así una señal de que todo el mundo trabaja más o menos igual, cuando sabemos que en este tipo de trabajo eso es falso.
  • la empresa vendedora de carne contrata a algún becario, ilusionado y con ganas de aprender. Incluyendo todos los costes laborales le cuesta 12 €/h. Buen negocio.
  • a menos que el personal enviado se coma las mesas, el Cliente siempre los acepta. Ya que no es capaz de determinar la validez del trabajo de los que tiene a su cargo, no es capaz de premiar/castigar a los que le llegan. Mientras el proyecto avance, no hay quejas.
  • pasan los años. El programador bueno lee libros, aprende nuevas técnicas, prueba cosas, sigue ilusionado. El malo va a trabajar sus 8 horas y punto. Ambos cobran lo mismo. El programador bueno piensa «este esfuerzo tendrá su recompensa, a fin de cuentas yo programo bastante bien y ayudo a mis compañeros»
  • los sueldos suben. Ahora a la empresa el programador bueno le cuesta 30 €/h. Pero siguen vendiendo sus horas por 50 €. Ya no hay el mismo nivel de beneficios. Se le ofrece una de dos salidas: o asciendes (por ejemplo a Analista) o te buscas otro sitio. El perverso «up-or-out».
  • el programador, que era feliz programando, pasa a una espiral de marrón superior, la del analista. Luego vendrá el Jefe de Proyecto, Consultor, o cualquier otro título que su empresa Dilbertiana tenga preparado.
  • se sustituye al programador bueno con un becario malo. El cliente no lo nota. Los márgenes son los adecuados. Todos felices, salvo el recién ascendido, que sólo quería un mejor sueldo y el reconocimiento de sus jefes. Y seguir programando.

¿Te suena? Este ciclo es el que hace que se vaya gente muy buena y a los jefes parezca que les de igual. ¿Para qué complicarse con ese, si pongo otro y al final no se nota? ¿Te sientes identificado con la empresa en la prestas tus servicios y no con la que te paga la nómina? Normal, porque tu empresa realmente no te aporta nada. No te enseñan nada. Sólo te pagan. ¿No cambian los ordenadores más que cada 10 años? Ya sabes la razón.

Es el mantener el margen de beneficio lo que ocasiona todas las otras aberraciones. Ojo, que no estoy en contra de que las empresas ganen dinero. Es su obligación, para no cerrar y poder crear puestos de trabajo. Pero en este modelo se crean muchas perversiones a posteriori porque todo gira alrededor de mantener un margen por culpa de un tope impuesto por el cliente, no por la calidad del servicio.

Y este tipo de negocios es sencillo de montar: sólo hace falta un buen equipo de vendedores de motos con traje de chaqueta y listo. Lo se, porque yo lo he hecho.

Creadores de productos

Pensemos ahora en otro modelo de negocio. Tengo una idea muy buena: una serie de aplicaciones para iOS que me van a hacer rico. Tengo dinero y voy a montar unas oficinas. Y pienso: «como tengo claro que un programador crack produce 10 veces más que uno malo, si tengo a un crack y hace un programa que me da 100.000 €/mes, me da igual pagarle lo que me pida. Y ponerle la mesa, la silla, el ordenador que quiera. Y una playstation 3 en los lavabos. Y comidas gratis. Y bebidas gratis. Y lo que haga falta, porque voy a invertir en gente y me van a hacer rico». Y hay gente que no sólo piensa ésto, sino que lo hace de verdad.

La creación de productos es muy distinta a prestar servicios. Aquí los requisitos están claros, o se van descubriendo mediante prototipos y charlas con posibles clientes. Pero el responsable de que algo no esté suficientemente claro eres tú, nadie más. Los plazos los pones tú. Tú decides cuánto invertir en programadores y medios técnicos. Si tu producto realmente se va a vender, disponer de los mejores no supone tanto comparado con los beneficios que vas a obtener. Una vez lances tu producto y empieces a vender, alcanzarás el punto de equilibrio cuando lo que te has gastado durante esos meses (o años) puliendo el programa lo recuperes en ventas. A partir de ahí, virtualmente todo es beneficio, ya que la distribución hoy en día del software se hace por Internet y sólo te cobran si vendes. Eso, si usas una plataforma de terceros. Si creas tu propia web, mientras duermes estarás ganando dinero. La gente que esté despierta en la otra cara del planeta puede estar comprando tu producto.

Crear un producto es más duro que vender servicios. Debes tener la idea, buscar el problema que va a resolver tu software, en lugar de esperar a que te expongan el problema. Debes arriesgarte e invertir. Debes automotivarte, mantenerte fresco y creativo mientras el producto se va creando y no se gana dinero, ni hay clientes. Los plazos te los marcas tú. En resumen, toda la responsabilidad es tuya. Por eso la recompensa es mayor, o el batacazo. Porque, claro, siempre puede ir todo mal y no vender nada pero… ¿eso nos va a pasar? ¡No, y si nos pasa, lo seguiremos intentando!

A ver si adivinas cual de los dos modelos me gusta más :-). Y no olvides dejar tus opiniones en los comentarios.

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Iluminado por mi iPhone

No, no es éste un post místico, hablando de que, gracias al iPhone, he visto la luz. Aunque, bueno, también. A fin de cuentas, gracias al iPhone va a cambiar mi vida pronto, pero eso es otra historia y ya habrá tiempo de contarla. Así que no me ha pasado como en todas las películas de cárceles americanas, donde siempre hay algún preso diciendo «que ha encontrado a Jesús, que si Jesús esto y Jesús aquello y ahora soy una mejor persona». Pese a que el mote del iPhone sea el «Jesus Phone«.

El problema viene de las zonas de aparcamiento en el centro de Sevilla. Cada vez son más escasas y me encontré con una a las 12 de la noche. El problema: tenía una placa de prohibición: puedes dejar tu coche aquí, pero a las 7 de la mañana se lo puede llevar la grúa municipal. Como no está la cosa para muchas multas, me propuse levantarme temprano, a las 6:45, ducharme e ir a por el coche. Llegaría antes al trabajo, a Isotrol, y punto. Así aprovecho mejor la mañana, sin interrupciones, y puedo concentrarme en el trabajo, que es de lo que se trata ¿no? Pero no contaba yo con mi querida amiga, la Compañía Sevillana de Electricidad, más conocida hoy día como Endesa.

A las 6:45 me despertó la alarma de mi iPhone 3G S, pulsé el interruptor de la luz… y nada. Debo de estar dormido, así que apagué y encendí la luz un rato hasta que me di cuenta del problema. ¡Ya se ha fundido la bombilla! -pensé. Pero no, no había luz. En todo el bloque. Comprobé mi cuadro eléctrico y estaba todo en orden. Llamé al número de averías de Endesa (que llevo grabado en el iPhone, lo cual no es buena señal) y me informaron de que en 60 minutos estaría todo solucionado… ¡Qué bien!. O me voy sin ducharme como un guarro o me multan por dejar el coche en prohibido, ¡qué buena perspectiva!. Gracias, Endesa, por hacer mi vida un poco más difícil. Como dijo el genio: «¿para qué vivir tranquilo pudiendo vivir crispado?».

Así que decidí ducharme, aunque no se veía nada dentro del piso. Negro como la boca de un lobo negro con dientes negros después de comerse una paella de arroz negro. Tengo una linterna para las emergencias, de esas que no tienen pilas y necesitan que permanentemente estés accionando una palanca para que una pequeña dinamo encienda unos LEDs. Es decir: o veo dónde está el jabón o me ducho, pero ambas cosas no. ¡Si tuviera una linterna con pilas! Y fue en este punto de desesperación cuando vino el iPhone a socorrerme. Bueno, los iPhones. Además de mi nuevo iPhone 3G S, que conseguí hace poco tras hacer una portabilidad de Orange a Movistar, sigo conservando mi iPhone 3G libre. Así que, con la aplicación Flashlight (para que luego se rían de las linternas que hay en la App Store) que tengo instalada en ambos iPhones, pude ducharme apuntando las dos pantallas hacia mi. La luz era tenue, como con velas, pero al menos me veía los pies asomando por debajo de mi barriga.

iPhone 3G S, 3G y iPod Touch

iPhone 3G S, 3G y iPod Touch

Si, ya se que todos hemos usado el móvil como linterna alguna vez. Pero, al menos yo, nunca había tenido tan buena luz en una situación tan oscura. Aquí es donde la pantalla del iPhone triunfa, ya que es muy brillante y, en completa oscuridad, es enorme. Cuando terminé de ducharme y vestirme, entre la luz de la luna que entraba por la puerta abierta del apartamento y el amanecer, pude salir de casa y evitar la multa.

Ahora sólo queda que alguien escriba una novela sobre los illuminati del iPhone…

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